El Barrio Bravo de Tepito: símbolo de resistencia
Tepito, barrio histórico y comercial de la CDMX, mantiene su identidad desde la época prehispánica, resistiendo estigmas y preservando tradiciones únicas.
A unos pasos del Centro Histórico se encuentra uno de los barrios más nombrados y, desde mi punto de vista, injustamente estigmatizado: el Barrio Bravo de Tepito. Un lugar que no debemos entender desde las colindancias actuales o la organización político-territorial, sino desde todo aquello que une a sus habitantes como “tepiteños”: su comida, su lenguaje, sus tradiciones, sus oficios y todo lo que los identifica como miembros del barrio más famoso de México.
Tepito no es un cliché ni una moda: es una comunidad que, desde hace siglos, conserva su vocación comercial, anterior a la Conquista. En este lugar ya se comerciaba desde la época prehispánica; de hecho, aquí circulaban muchas de las mercancías de “segunda” que los jueces del tianguis de Tlatelolco rechazaban.
El nombre guarda la primera pista. La etimología más aceptada de Tepito proviene de teocaltepiton (“templo pequeño”). Sobre ese antiguo adoratorio indígena se levantó, ya en época novohispana, la Parroquia de San Francisco de Asís; de ahí que durante siglos el barrio aparezca en documentos como San Francisco Tepiton, antes de que el uso común fijara el apelativo que hoy conocemos. En otras palabras, el topónimo no es un apodo pintoresco: es la huella de un santuario prehispánico incorporado al tejido urbano desde los primeros días de la Conquista.
La geografía espiritual del entorno se completa con la Iglesia de Santa Ana Antinantitech, en Peralvillo, y la Parroquia de la Concepción Tequipeuhcan. En esta última, la memoria colectiva sostiene que “aquí empezó la esclavitud”: una placa lo recuerda porque, según la tradición, en ese punto fue hecho prisionero Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521. El barrio fijó en piedra, y en su toponimia, su propio relato: Tequipeuhcan, en náhuatl, significa “lugar donde comenzó la esclavitud”.
De lo prehispánico a lo virreinal y de ahí al presente, el hilo no se rompe: comercio. En Tepito se compran y venden alimentos, ropa, herramientas, electrónicos y artículos de temporada; se repara, se recicla, se redistribuye. El tianguis y las bodegas sostienen miles de empleos directos e indirectos; su circuito diario conecta mayoristas, microempresarios y clientes de toda la ciudad. No es “economía informal” como etiqueta vacía: es un sistema de abasto con reglas, horarios, liderazgos y saberes que se heredan.
La cultura popular hace el resto. En los años setenta, Daniel Manrique y el colectivo Tepito Arte Acá sacaron el arte a la calle con murales y esténciles que cuentan al barrio sin intermediarios. La música amplificó esa voz con los sonideros —entre ellos, Ramón Rojo Villa, “La Changa”—, que convirtieron las banquetas en pistas comunitarias. Y si hay un emblema de resistencia y lucha en México es El Santo: nacido en Tulancingo pero criado desde niño en Tepito, su figura resume una ética del barrio basada en el trabajo, el aguante y la solidaridad.
La toponimia también habla. Jesús María, Tenochtitlán, Constancia, Matamoros: nombres que cruzan las colonias Morelos, Peralvillo, Lagunilla y 20 de Noviembre, y que permiten leer la ciudad por capas. En la traza aún se adivinan las viejas acequias y calzadas; el Eje 1 Norte y las rutas hacia Peralvillo siguen marcando el tránsito de mercancías. La historia está ahí, no en vitrina: en el trazo, en las rutas, en la organización cotidiana.
Por supuesto, Tepito ha enfrentado estigmas, operativos fallidos, incendios, desalojos, delincuencia y violencia. Pero su respuesta ha sido consistente: organización vecinal, cooperativas, redes de apoyo y una defensa del espacio público que no pide permiso para existir. Esa es la razón por la que se le dice Barrio Bravo: no por romanticismo de dureza, sino por su capacidad de resistir y rehacerse.
Reivindicar Tepito no es idealizarlo; es reconocer su peso histórico y cultural y actuar en consecuencia. El objetivo no es “blanquear” o “limpiar” el barrio ni desplazarlo, sino fortalecer lo que lo hace único: su continuidad comercial desde el mundo mexica, su memoria de resistencia y su aporte cotidiano a la ciudad.
Si la capital se entiende por sus barrios, Tepito es uno de sus capítulos centrales. Aquí el pasado prehispánico, la parroquia colonial, el ring, el mural y la bocina forman una misma línea. Caminarlo con respeto, comprar con regateo honesto, mirar sus templos y leer sus placas es una forma de reconocer una historia que sigue viva. Tepito no es la periferia del centro: es parte del centro… de lo que somos.
Rodrigo Historias Chidas
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