Adolfo López Mateos y la F1
Hace 10 años volvió la F1 a México, pero su historia empezó con López Mateos, el presidente que impulsó el Autódromo Hermanos Rodríguez en 1959.
Diez años han pasado desde que la Fórmula 1 volvió a rugir en el Autódromo Hermanos Rodríguez (2015–2025). No es poca cosa: el Gran Premio de la Ciudad de México celebra su década moderna y confirma la importancia de este Gran Premio dentro de todos los países. A 2,240 metros de altura, es uno de los escenarios más singulares del campeonato. La propia F1 recuerda que el regreso oficial se anunció en 2014 y que la carrera volvió al calendario en 2015; desde entonces, el evento se consolidó y hoy presume un contrato vigente hasta 2028.
Pero para entender este presente hay que regresar al origen. La historia de la F1 en México arranca en 1962 con una prueba no puntuable en la entonces pista de Magdalena Mixhuca; en 1963 llegó el primer Gran Premio válido del Mundial. Aquellos años inaugurales se corrieron en el circuito construido en 1959, dentro de la Ciudad Deportiva, con la famosa Peraltada como firma de la casa.
El impulso político detrás de la pista
¿Quién empujó ese autódromo? No fue un capricho aislado. De acuerdo con la propia Fórmula 1, el padre de Pedro y Ricardo Rodríguez aconsejó al presidente Adolfo López Mateos construir un trazado aprovechando los caminos de Magdalena Mixhuca. El presidente compró la idea y la obra se terminó en menos de un año (1959). Fuentes periodísticas y de divulgación deportiva mexicanas coinciden en presentarlo como un mandatario apasionado del automovilismo que amparó el proyecto, no era solo un presidente popular y galán, sino también un gran amante de la F1.
No es casual que el anillo Periférico de la capital lleve su nombre; la anécdota de que gustaba de conducir deportivos es parte del imaginario político-cultural de su sexenio, respaldado por notas que documentan su colección y afición por los autos. Más allá de lo pintoresco, el dato útil es éste: sin voluntad política y presupuesto público de finales de los cincuenta, México no habría tenido pista internacional cuando la F1 miró al sur.
Un sexenio de claroscuros
López Mateos (1958–1964) gobernó en plena era del Desarrollo Estabilizador, la fase de alto crecimiento con inflación contenida que la historiografía económica ubica entre 1954 y 1970. Fue el clima macroeconómico que permitió grandes obras, desde la expansión deportiva hasta infraestructura estratégica.
Pero la modernización tuvo un reverso: su gobierno reprimió con dureza huelgas y protestas. El movimiento ferrocarrilero de 1958–1959, encabezado por Demetrio Vallejo y Valentín Campa, terminó con detenciones y despidos masivos; el movimiento magisterial de 1958, articulado por Othón Salazar, padeció hostigamiento y golpes; y en ese ciclo también estallaron conflictos de telegrafistas, petroleros y telefonistas. La narrativa oficial de progreso convivió con el uso sistemático del garrote contra la disidencia.
En contraste, su diplomacia dejó dos hitos: la negociación del Chamizal con Estados Unidos, acuerdo firmado en 1963 y formalizado en 1967, y la obtención de la sede olímpica de 1968 (la elección del COI se dio en 1963; la organización ya corrió bajo Díaz Ordaz). Es decir, el mismo Estado que encarcelaba dirigentes obreros pactaba una solución fronteriza histórica y colocaba a México en la élite deportiva mundial.
Del Magdalena Mixhuca a la década moderna
La primera era del GP Mexicano (1963–1970) concluyó entre problemas de seguridad y sobrecupo; la segunda (1986–1992) trajo de vuelta a la caravana y se apagó por condiciones del trazado y finanzas. El regreso de 2015 llegó con una pista remodelada, el paso por el Foro Sol es ya postal, y con una organización profesionalizada que, desde entonces, ha convertido la carrera en un imán turístico y económico. En 2025, varios medios internacionales subrayan el décimo aniversario de esta etapa y su derrama en la ciudad.
¿Qué nos dice todo esto?
Que la F1 en México no cayó del cielo: nació del cruce entre una cultura automovilística local (los Rodríguez, Solana, la vieja Panamericana), una ventana económica favorable y un presidente que, con todos sus ángulos, apoyó el automovilismo y autorizó una pista que nos dio identidad en el mapa global del motor. Y que, medio siglo después, la cooperación público-privada reconstruyó ese legado para convertirse en uno de los GP más reconocibles del calendario moderno.
El décimo aniversario del regreso de la F1 es una oportunidad para entender el largo trayecto: López Mateos fue pieza clave en el arranque, el “presidente deportista” que dio luz verde al autódromo, y la ciudad, ya en el siglo XXI, volvió a poner el listón alto con una sede vibrante y económicamente relevante. Celebrar la carrera también implica mirar de frente los claroscuros del régimen que la impulsó: progreso y represión, modernización y control. A fin de cuentas, la F1 en México cuenta dos historias simultáneas: la de un país capaz de organizar eventos de clase mundial y la de una ciudadanía que, con memoria, exige que el rugido de los motores no tape las otras voces de su tiempo. Que esta década sirva para honrar a los grandes pilotos nacionales, disfrutar el presente y exigir un futuro donde el espectáculo y la democracia corran a la misma velocidad.
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Rodrigo Historias Chidas
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