Bajo el cielo, una hermosa mañana
Cada 13 de diciembre el Tepeyac amanece entre devoción y desechos: unicel, cera, comida y toneladas de basura que la ciudad debe absorber. La fe pasa; la huella queda. Urgen soluciones preventivas, corresponsabilidad y un milagro ambiental posible.
El 13 de diciembre el Tepeyac siempre amanece con cruda moral. La noche anterior hubo rezos, promesas, veladoras, oraciones, mariachis, cohetes y una devoción que atraviesa literalmente todo el país, pero al día siguiente, “bajo el cielo una hermosa mañana” deja de ser espiritual y se vuelve terrenal: banquetas tapizadas de unicel, bolsas negras de basura sin dueño, botellas, restos de comida, cera derramada sobre el asfalto, chicles, cobijas, cartón y todo aquello que ustedes imaginen, como diría mi abuelita: la calle llena de “herejías y pecados”. La fe pasó; la basura se quedó.
En 2024 la cifra fue clara y cruda: 536 toneladas de desechos recogidas en el operativo guadalupano. No es una anécdota: es un sistema. Camiones, cuadrillas, barredoras, horas-hombre que pudieron estar en otras colonias. La devoción es libre; el costo lo paga la ciudad. Y no, no son “papelitos”: son plásticos de un solo uso que terminarán en rellenos o en barrancas; son desechos que tapan coladeras; es comida descompuesta y diseños orgánicos que alimentan la fauna nociva.
Aquí caben responsabilidades con nombre y apellido. La autoridad sabe operar (y presume músculo), pero es hora de pasar del barrido reactivo al diseño preventivo: puntos de acopio visibles y obligatorios, prohibición real de unicel y plásticos desechables, baños suficientes y limpios, señalética clara, rutas de recolección diferenciadas, metas públicas de reducción (“este año evitamos X toneladas”). A los vendedores, condiciones: si quieres vender, cambias empaques. No se trata de cancelar la devoción, sino de organizarla como lo que es: un evento masivo de impacto ambiental.
Del lado eclesial también hay responsabilidad; guías para peregrinos que recomienden cantimplora, plato y cubiertos reutilizables, separar residuos, no dejar veladoras. Bien. Falta volumen: que lo diga el púlpito, que lo repitan altavoces y voluntarios, que la Basílica sea ejemplo con estaciones de separación y composteo de ofrendas orgánicas. Si se convoca a millones, también se pueden convocar mejores hábitos.
Y nos toca, claro. La fe que aguanta ampollas puede cargar una bolsa. Si caminas cientos de kilómetros, puedes caminar diez metros hasta un contenedor. Si enciendes una vela a la Virgen, puedes apagar otra: la de la indiferencia. Porque “deja tu basura donde caiga” no es tradición: es flojera bendecida por la costumbre.
La promesa es hermosa cuando no convierte la ciudad en tiradero. La peregrinación también podría ser un milagro ambiental: calles limpias, consumo responsable, cero unicel, cero cera en el drenaje, metas cumplidas. El 12 celebran; el 13 comprueba qué tan en serio va nuestra relación con la casa común. Que este día, la crónica no sea cuánta basura recogimos, sino cuánta evitamos. Entonces sí, bajo el cielo (y sobre el suelo) amanecerá de verdad una hermosa mañana.
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Rodrigo Historias Chidas
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