El invitado que sí escucha la música
Hay entornos donde ser capaz se castiga. Descubre por qué el talento y la autenticidad incomodan a sistemas que prefieren la mediocridad.
Hay lugares donde todos bailan sin ritmo, pero nadie se atreve a decir que la música está desafinada. Y cuando tú lo notas, te vuelves el problema. A veces ser capaz no da crecimiento. En ciertos entornos, la competencia, la lucidez o la empatía no son virtudes, sino amenazas. Ser capaz te vuelve visible, y en algunos sistemas, la visibilidad incomoda.
Entonces te das cuenta de que hay culturas que no premian el talento, sino la sincronía del silencio. Donde lo importante no es el paso que das, sino que lo des igual que los demás, aunque todos marchen al compás equivocado. Y ahí estás tú: escuchando la melodía con atención, notando los acordes disonantes, queriendo afinar los instrumentos. Pero pronto descubres que el problema no es el sonido, sino que lo escuchas distinto. Hay empresas, equipos y relaciones que se sostienen más por la coreografía que por la música.
A veces, ser capaz no da crecimiento.
En ciertos entornos, la capacidad no es un motor, sino una amenaza silenciosa. Ser competente, empático, estratégico o resolver sin drama puede volverte “demasiado incómodo” para estructuras donde la supervivencia depende de la mediocridad políticamente correcta. Y así, sin darnos cuenta, terminamos presenciando un fenómeno muy humano: las organizaciones que promueven la ineficiencia porque es más fácil de controlar. Como si preferir un reloj que marca mal la hora fuera más cómodo que aceptar que hay que cambiar la maquinaria completa.
Pasa en las empresas, pero también pasa en la vida. Cuando eliges callar para no incomodar. Cuando minimizas tu talento para no “lucirte demasiado”. Cuando finges no saber para pertenecer. Hay culturas donde ser capaz incomoda, donde crecer implica volverse invisible y donde la autenticidad se paga con distancia.
Pero también hay un punto de inflexión: el momento en que entiendes que no te están expulsando, te están liberando. Salir de un lugar donde la incapacidad es funcional no es una pérdida: es una forma de evolución. Porque la capacidad no siempre florece donde fue sembrada. A veces tiene que buscar otro jardín, con tierra fértil, luz honesta y líderes que no teman ver a otros brillar.
Y es entonces cuando comprendes que el crecimiento no se mide por el cargo que ocupas, sino por el espacio que tú autenticidad logra sostener. Quizá, al final, el verdadero éxito no es quedarse donde “funciona ser incapaz”, sino atreverse a ser capaz donde otros aún no lo son.
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