El nuevo modelo laboral: salarios que suben, jornadas que bajan

México vive una transformación en el modelo laboral: aumento salarial real, transición a jornadas de 40 horas y digitalización de registros. Retos y alcances rumbo a 2030.

Aldo San Pedro · Hace 5 horas
México redefine su modelo laboral: salarios, jornada de 40 horas y el fin de la disponibilidad permanente.

Durante los últimos años se ha demostrado que el país podría reescribir su relación con el trabajo, pues mientras se derrumban viejos mitos sobre los aumentos salariales, también se redefine el tiempo que mexicanas y mexicanos dedican a su empleo. Este cambio no llega por accidente; responde a una coyuntura política que apostó por corregir el rezago histórico del salario mínimo y, al mismo tiempo, impulsar una transición hacia jornadas más humanas. En este contexto, se observa cómo se desplazan inercias que durante décadas parecían inamovibles y se abre la posibilidad de diseñar un modelo laboral que priorizaría dignidad, bienestar y productividad. Tal panorama permitiría comprender por qué este momento exige voluntad política, visión empresarial y una ciudadanía capaz de defender conquistas que transformarían la vida cotidiana.

El mito del “aumento salarial igual a inflación” se fue desvaneciendo porque se vio que los incrementos de doble dígito desde 2019 no detonarían presiones de precios ni afectarían la estabilidad económica. Esta evidencia desmonta el argumento que mantuvo deprimido el salario mínimo durante años y permite analizar, desde la ingeniería institucional, cómo un cambio de política pública bien ejecutado podría generar redistribución, movilidad social y una reducción medible de la pobreza. Si se reconoce que la inflación responde a factores externos más que al costo laboral directo, se abriría la puerta a políticas salariales que sostengan el ingreso sin generar impactos económicos indeseados, un dato que debería modificar la narrativa empresarial y guiar decisiones futuras sobre remuneraciones dignas.

Aunque la recuperación del ingreso mínimo ha sido notable, el rezago del salario medio obliga a enfrentar otra dimensión del problema. La compresión salarial, visible en distintos sectores, muestra que la base avanza mientras los niveles intermedios permanecen estancados. Esta tensión evidencia que el modelo laboral solo resolvería una parte del desafío si no logra acompañar el incremento del salario mínimo con una actualización progresiva en el resto de la estructura. Desde la lógica de procesos, un sistema donde el piso se levanta pero los escalones intermedios no se ajustan corre el riesgo de fracturarse, pues se reduce la distancia entre responsabilidades distintas y se limita la movilidad interna. Un país que aspire a un mercado laboral equilibrado no podría soslayar este reto.

La reducción gradual de la jornada laboral hacia las 40 horas introduce otro cambio de fondo. No se trata de una simple modificación normativa: se replantea la forma en que se organiza el tiempo, se distribuyen turnos y se construyen dinámicas de corresponsabilidad entre personas trabajadoras y empleadores. Este rediseño exige repensar procesos, ajustar cargas y mejorar la planeación en sectores con fuerte dependencia de jornadas extensas. Un modelo operativo basado en eficiencia, y no en sacrificios silenciosos, tendría la capacidad de sostener productividad aun cuando el tiempo disponible se reduzca, algo que la evidencia internacional respalda y las organizaciones mexicanas deberán adoptar gradualmente.

La obligación de registrar electrónicamente la jornada marca un antes y un después. El tiempo deja de ser una noción difusa y se convierte en evidencia verificable, con implicaciones claras para empleadores y personas trabajadoras. Sistemas digitales permitirían auditar entradas, salidas y actividades que antes quedaban en zonas grises, sobre todo en modalidades híbridas, remotas o por objetivos. Esta trazabilidad cerraría espacios donde solían ocultarse horas extra no reconocidas y daría a la autoridad laboral elementos suficientes para revisar prácticas que durante años dependieron de confianza, discrecionalidad o acuerdos informales. En términos de ingeniería administrativa, esto representa la modernización del control de procesos que históricamente permanecieron invisibles.

Sin embargo, el elemento más complejo del nuevo modelo laboral no está en las leyes, sino en la cultura. La disponibilidad permanente, normalizada en oficinas, plataformas digitales y esquemas de trabajo sin horarios claros, se convirtió en un obstáculo silencioso. Se espera que las personas trabajadoras respondan mensajes a cualquier hora, revisen pendientes durante la noche o extiendan su jornada en función de urgencias no previstas. Este hábito dificulta la efectividad de la reducción horaria y revela prácticas que encubren fallas organizacionales. Sin una transformación real en la manera de dirigir equipos, asignar tareas y respetar límites, la jornada de 40 horas corre el riesgo de quedarse en el papel mientras la vida cotidiana sigue marcada por conexiones interminables.

Por ello, el desafío hacia 2030 no consiste solo en consolidar un piso laboral más robusto, sino en reconfigurar toda la estructura. Si el país aspira a un modelo que garantice bienestar, productividad y equilibrio entre trabajo y vida personal, deberá diseñar mecanismos que acompañen la mejora del salario mínimo con ajustes al salario medio; que conviertan la reducción de horas en prácticas cotidianas; que fortalezcan inspecciones laborales con tecnología; y que erradiquen la disponibilidad permanente como condición implícita para conservar oportunidades. Un modelo digno no se construirá con reformas aisladas, sino con una arquitectura completa donde cada decisión sea coherente con el objetivo de trabajar menos y vivir mejor.

Los últimos años demostraron que elevar el salario mínimo no genera inflación y que es posible avanzar hacia jornadas más cortas sin afectar la estabilidad económica. Pero estos avances también revelan tensiones profundas: el salario medio permanece rezagado, la cultura de disponibilidad permanente contradice el espíritu de las 40 horas y muchas organizaciones aún dependen de prácticas que exceden el tiempo formal de trabajo. El país logró fortalecer el piso del modelo laboral, pero el verdadero desafío hacia 2030 será reconstruir toda su estructura para que trabajar menos y vivir mejor deje de ser una excepción y se convierta en la norma.

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