Gaza: radiografía de una descomposición prolongada, no de una catástrofe repentina

Gaza no enfrenta una crisis momentánea, sino el colapso de una sociedad asediada durante décadas. El hambre, la destrucción y la indiferencia global han convertido la tragedia en una advertencia urgente para el mundo.

Aldo San Pedro · Hace 9 horas
Más del 67% de las edificaciones en Gaza han sido destruidas desde octubre de 2023. La devastación refleja años de asfixia, no solo meses de guerra.

Cuando se observa Gaza desde la comodidad de una pantalla, lo que parece un estallido reciente —un conflicto más en la lista de tragedias internacionales— en realidad es el punto culminante de una descomposición sostenida. No se trata de una catástrofe repentina, sino del colapso de un cuerpo colectivo sometido por décadas a asfixia social, cerco militar, hambruna estructural y abandono multilateral. El ataque del 7 de octubre de 2023 no fue la causa originaria, sino el último desencadenante de un modelo acumulativo de violencia, de esos que, si no se analizan con suficiente claridad, terminan justificando el daño como si fuera inevitable.

La Franja de Gaza, equivalente en tamaño a poco más del doble de Iztapalapa, concentraba más de 2.2 millones de personas antes de la actual ofensiva. A pesar de su densidad poblacional, desde hace más de quince años permanece bajo un bloqueo que ha limitado el acceso a insumos básicos, alimentos, medicamentos y libertad de tránsito. La ocupación militar, el cerco económico y el aislamiento político forman parte de un sistema que ha deteriorado gradualmente las condiciones de vida de las y los gazatíes. Esta descomposición no surgió con las bombas: se sembró con el hambre, se nutrió con el silencio y floreció con la impunidad.

El estudio satelital “Active InSAR Monitoring”, elaborado por el Netherlands Institute for Space Research y otras instituciones científicas, documenta con rigor lo que los medios no logran dimensionar. Más del 67% de las edificaciones de Gaza han sido dañadas o destruidas desde octubre de 2023. Son casi 200 mil estructuras —hospitales, escuelas, viviendas, redes sanitarias— pulverizadas en un lapso de siete meses. En ciudades como Mariúpol o Alepo, los niveles de devastación urbana fueron inferiores, incluso bajo ofensivas de años. Gaza, por contraste, ha registrado el mayor nivel de destrucción urbano conocido en un periodo tan corto desde que existe monitoreo satelital moderno.

Mientras los edificios caen, los cuerpos también ceden. El hambre se ha convertido en un arma más efectiva que los misiles. Según la ONU y el informe IPC, el 100% de la población enfrenta inseguridad alimentaria aguda, con más de medio millón de personas en riesgo de hambruna catastrófica. Esto no sucede por falta de alimentos en el mundo, sino porque se ha restringido deliberadamente su entrada. En palabras de la OMS, lo que ocurre en Gaza es una “hambruna fabricada por el ser humano”. Las imágenes de niños y niñas con piel pegada a los huesos, y de hospitales sin capacidad para tratarlos, no son un efecto colateral: son la política exterior convertida en castigo corporal.

Más aún, los impactos del hambre no se limitan al presente. El artículo publicado por The Washington Post expone con crudeza lo que significa para un cuerpo infantil atravesar la inanición: pérdida de conexiones neuronales, retrasos cognitivos, inmunosupresión y daño irreversible al desarrollo físico. Incluso si la guerra terminara hoy, miles de infancias ya han sido amputadas de su futuro. El informe de la European Training Foundation advierte que al menos dos generaciones quedarán marcadas por esta experiencia, sin posibilidad de reconstruir el capital humano que sostiene a cualquier sociedad.

En paralelo, se libra una guerra silenciosa en las redes sociales. El análisis de más de 2.3 millones de publicaciones en Telegram, Reddit y Twitter revela cómo el conflicto se traduce, digitalmente, en narrativas polarizantes, manipulación emocional y saturación de contenido que oscurece los hechos. La guerra ya no solo destruye edificios y vidas: también fractura la posibilidad de entender. La desinformación y la sobreexposición emocional hacen que, con cada imagen que vemos, sintamos menos. Gaza no solo sangra: también es reinterpretada a conveniencia por quien controla el algoritmo.

Frente a este panorama, un giro inesperado proviene de Europa. Francia, Alemania y Reino Unido, históricamente alineados con Israel, han roto filas para exigir un alto al fuego y el acceso humanitario inmediato. Macron incluso ha declarado que Francia está lista para reconocer el Estado palestino, mientras el Parlamento británico ha presionado en la misma línea. Este quiebre diplomático representa más que una postura: evidencia la fractura moral de quienes, hasta hace poco, defendían la proporcionalidad del conflicto sin mirar el saldo en vidas civiles. A veces, el silencio cómplice termina cediendo ante la realidad incontestable de los cuerpos hambrientos.

Si quisiéramos proponer una salida real, no bastaría con enviar ayuda humanitaria: habría que repensar las estructuras que permiten que una población entera viva atrapada en 365 kilómetros cuadrados sin posibilidad de huir, resistir ni sanar. Restaurar el capital humano de Gaza implicaría una inversión internacional sin precedentes, el levantamiento del bloqueo, justicia transicional para las víctimas y una política sostenida de reconstrucción social, educativa, emocional y económica. Porque no se trata solo de quién tiene razón, sino de quién interrumpe el daño.

Cuando el sufrimiento alcanza tal densidad que borra las diferencias entre escombros y cuerpos, entre hambre y castigo, entre infancia y silencio, ya no basta con preguntarse quién tiene la razón: urge preguntarse quién está dispuesto a interrumpir el daño. Gaza no es solo un conflicto, es una advertencia: el mundo puede acostumbrarse a ver morir a una población entera sin mover los cimientos de su diplomacia ni la brújula de su ética. Si algo debe sobrevivir entre tanta destrucción, no es una bandera ni una ideología, sino la capacidad colectiva de restaurar lo humano antes de que lo humano se vuelva irreconocible.

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