¿Por qué seguimos trabajando en lugares donde ya no somos felices?
Sentir que tu trabajo ya no te hace feliz no es fracaso: es un llamado interno. Descubre cómo reconocerlo, cómo soltar y cómo empezar a escucharte.
Quiero empezar esta columna hablándote desde ese nudo en la garganta que conocemos muy bien.
Ese que aparece cuando te preguntas si de verdad estás donde quieres estar… pero te da miedo decirte la verdad.
Quiero hablarte desde ese lugar donde hemos estado muchos: seguir yendo todos los días a un trabajo que ya no nos emociona, que nos desgasta, que nos apaga un poquito… pero al que seguimos regresando como si fuera una costumbre del alma.
Quiero hablarte como si estuviéramos tú y yo, café en mano, mirando la vida sin filtros. Quiero hablarte desde ese lugar donde todos hemos estado pero pocos nos atrevemos a confesarlo. Quiero hablarte de ese hilo invisible que te ata a un trabajo donde ya no eres feliz. Ese hilo que no se ve, pero pesa. Ese hilo que no te amarra fuerte… pero tampoco te deja ir.
Todos lo hemos sentido alguna vez: esa mezcla de costumbre, miedo, cariño, duda, nostalgia y lealtad que nos mantiene en un lugar que hace tiempo dejó de ser hogar. Seguimos ahí porque el miedo se disfraza de prudencia. Nos contamos historias bonitas: “ahorita no es buen momento”, “solo aguanto unos meses más”, “ya estoy acostumbrado”, “peor es no tener trabajo”.
Pero la verdad es más simple y más humana: nos da miedo soltar ese hilo. Porque soltar implica aceptar que no tenemos un plan perfecto. Que no sabemos qué viene. Que podríamos equivocarnos. Y a veces preferimos vivir en la incomodidad conocida que en la posibilidad desconocida.
Seguimos ahí porque hay partes de ese lugar que sí nos dieron felicidad. No todo fue malo. Ahí aprendimos, crecimos, reímos, lloramos, nos enamoramos de un proyecto, nos frustramos, nos encontramos y nos perdimos.
Ese hilo invisible está tejido de momentos que alguna vez nos hicieron sentir importantes. Y por eso cuesta soltarlo. Porque soltar no es abandonar un trabajo. Soltar es aceptar que lo que un día nos sostuvo… hoy nos aprieta. Seguimos ahí porque confundimos estabilidad con resignación. A veces, cuando dejamos de ser felices, no lo notamos de inmediato. Es como cuando una canción que amabas empieza a sonar demasiado fuerte, demasiado repetida, demasiado vacía… pero no la apagas.
¿Por qué?
Porque ya estabas acostumbrada a tenerla de fondo. Así pasa con el trabajo: te acostumbras al ambiente pesado, a la falta de reconocimiento, a la rutina sin sentido, al domingo con ansiedad. Y sin darte cuenta, normalizas lo que debería alarmarte. Seguimos ahí porque creemos que merecemos “más adelante”, no “ahora”.
Nos decimos: “cuando tenga más experiencia”, “cuando gane más”, “cuando los niños crezcan”, “cuando pase esta crisis”, “cuando me sienta más seguro”.
Vivimos postergando nuestra felicidad como si la vida nos debiera tiempo infinito. Pero la vida no te espera. La felicidad tampoco. Seguimos ahí porque nadie nos enseñó a escucharnos. Porque escuchar tu voz interna implica enfrentarte a verdades incómodas:
✨ “Ya no pertenezco aquí.”
✨ “Esto ya no me motiva.”
✨ “Estoy sobreviviendo, no viviendo.”
✨ “Quiero algo diferente.”
Esa voz duele, pero también ilumina.
Y aunque todos la escuchamos, pocos la obedecen. Soltar el hilo: el acto de valentía más silencioso.
Cuando por fin lo sueltas aunque tiemblen las manos no pasa una tragedia. Pasa esto: respiras distinto. Te reconoces. Te das permiso. Te das espacio. Recuperas sueños que dejaste estacionados. Te das cuenta de que estabas viviendo chiquito para no incomodar a nadie.
Soltar el hilo no significa irte mañana. Significa aceptar que mereces replantearte la vida. Y eso ya es un acto enorme. Si algo de todo esto te movió, aunque sea tantito, quiero que te permitas sentirlo.
No porque tengas que tomar una decisión hoy. No porque debas renunciar mañana. No porque yo lo diga. Sino porque tu alma ya lleva rato hablándote… y a veces lo único que necesitamos es que alguien nos recuerde que no estamos locos, ni exageramos, ni somos débiles.
Todos hemos sostenido llamas que ya estaban por apagarse. Todos hemos permanecido en lugares que ya no nos sostenían. Todos hemos tenido miedo de aceptar que merecemos algo más.
Pero la vida esa que a veces ignoramos por rutina tiene una forma curiosa de empujarnos hacia lo que sí nos pertenece. A veces suavemente… y a veces con un empujón que duele.
Y cuando eso pase, quiero que recuerdes esto:
💛 No estás traicionando a nadie por elegirte.
💛 No estás fallando por querer paz.
💛 No eres egoísta por buscar felicidad.
💛 Y no estás sola. No estás solo. Nunca.
La llama que cargas entre tus manos no tiene que apagarse contigo. Puedes soltarla con amor, agradecer lo que fue y abrir espacio para un fuego nuevo, uno que sí te ilumine, que sí te caliente, que sí te haga sentir viva otra vez.
Porque al final… de todos los lugares donde puedes quedarte, el único que realmente importa es aquel donde vuelves a encontrarte contigo.


