Tonantzin y el Tepeyac antes de Guadalupe
Hoy, el Tepeyac es entendido como un espacio donde conviven capas de historia sagrada, desde la antigua Tonantzin hasta la actual Virgen de Guadalupe.
El Cerro del Tepeyac fue, mucho antes de la llegada de los españoles, un espacio de profundo significado religioso. Allí se veneraba a Tonantzin, la “Madre venerada”, figura esencial para los pueblos nahuas. Su culto reunía ideas de fertilidad y protección.
Los antiguos habitantes lo consideraban un punto de comunicación entre el mundo humano y el mundo sagrado, lo que dio al lugar un carácter especial.
Desde su cima se dominaban los lagos y rutas antiguas, lo que reforzaba su valor simbólico. Los peregrinos acudían a presentar flores, alimentos y oraciones dedicadas a la madre creadora.
De esta manera, el Tepeyac se consolidó como un centro espiritual de gran trascendencia indígena.
Con la llegada de los españoles, el culto no desapareció, sino que se transformó. Muchos habitantes seguían acudiendo al cerro, ahora vinculando la figura de Tonantzin con la Virgen María.
Este proceso originó un profundo sincretismo, donde dos tradiciones espirituales comenzaron a convivir.
Cronistas como Sahagún registraron que los indígenas seguían llamando al lugar “Tonantzin”, incluso después de la evangelización. Esto evidencia la fuerte continuidad cultural que existía en torno al cerro.
- Para ellos, la madre divina simplemente había adoptado un nuevo rostro.
El arraigo popular muestra que los antiguos cultos no desaparecen, sino que se adaptan. Así, el Tepeyac se convirtió en un punto donde la memoria indígena se entrelazó con la devoción cristiana. Ambas tradiciones se fusionaron sin romper la identidad espiritual del lugar.


