Infancia en retroceso: lo que revela UNICEF sobre el fracaso estructural del bienestar infantil

México ocupa el lugar 34 de 36 países en bienestar infantil, según UNICEF. El país tiene el potencial técnico para mejorar, pero requiere decisión política urgente.

Aldo San Pedro · Hace 5 horas
México enfrenta un rezago estructural en bienestar infantil.

En tiempos de incertidumbre global, hay decisiones que podrían marcar el rumbo de una sociedad por generaciones. Una de ellas —la más decisiva— sería priorizar el bienestar de niñas y niños como el centro de toda política pública. Hoy, con más evidencia que nunca, sabemos que invertir en la infancia es una apuesta ganadora: no solo para las familias, sino para la nación entera. México tendría todo para demostrarlo. Y aunque el punto de partida sea complejo, las posibilidades de avanzar existen, son técnicas, son políticas y, sobre todo, son urgentes.

El reciente Innocenti Report Card 19, publicado por UNICEF, ofrece una oportunidad invaluable para repensar nuestras estrategias. Aunque México se encuentra en la posición 34 entre 36 países evaluados, el informe no solo señala rezagos: también traza un mapa de ruta claro hacia un bienestar infantil posible, alcanzable y replicable. Lejos de ser una condena, este diagnóstico debería inspirarnos a construir una política nacional para la infancia que ponga en el centro lo verdaderamente transformador: la salud mental, los entornos seguros, la educación significativa, el juego, la escucha y la dignidad de cada niña y cada niño.

Sabemos con certeza cuáles son los factores que han puesto en riesgo el desarrollo infantil en todo el mundo: la pandemia, los conflictos armados, el cambio climático, la revolución digital y los cambios demográficos. UNICEF los llama fuerzas disruptivas, y su efecto combinado explica la regresión observada en casi todos los países del informe. Sin embargo, también sabemos que estos desafíos pueden enfrentarse si se cuenta con políticas públicas eficaces, con datos actualizados, con presupuesto asignado, y con la voluntad de priorizar lo que realmente importa. México no tendría por qué resignarse a ese lugar 34: podría escalar posiciones si alinea capacidades con decisiones.

Los países que hoy lideran el índice de bienestar infantil —como Países Bajos, Eslovenia, Dinamarca, Francia o Alemania— no lo lograron por azar. Lo hicieron mediante decisiones concretas: inversión sostenida en salud mental escolar, entornos urbanos pensados para niñas y niños, protección frente a publicidad nociva, acceso universal a internet seguro, y participación infantil efectiva en la vida pública. Cada paso se basó en evidencia. Cada avance respondió a una visión de largo plazo. Y eso es lo que podríamos adoptar como inspiración, sin copiar mecánicamente, pero sí adaptando lo que funciona.

En México, contamos con instituciones con experiencia, profesionales capacitados, comunidades organizadas y marcos legales que reconocen los derechos de la infancia. Lo que aún falta es convertir ese potencial en política pública integral. El informe señala que muchos países ricos aún carecen de sistemas nacionales de monitoreo del bienestar infantil. México, si decidiera construir uno, podría incluso liderar en la región. Un sistema que mida no solo pobreza o escolaridad, sino también salud emocional, acceso a espacios verdes, habilidades digitales, y percepción de seguridad. Medir bien sería el primer paso para actuar mejor.

Desde la perspectiva de la Ingeniería Política, esta sería una oportunidad para rediseñar procesos institucionales que hoy se muestran fragmentados. La arquitectura actual de la política infantil en México está dispersa entre niveles de gobierno, y eso diluye el impacto. Si logramos articular educación, salud, desarrollo social, derechos humanos y participación infantil en un mismo sistema funcional, los resultados serían inmediatos. No requerimos crear nuevas instituciones, sino hacer que las existentes cooperen con indicadores comunes, metas compartidas y presupuestos coordinados.

Cinco medidas clave podrían iniciar esta transformación. Primero: implementar una política nacional de salud mental infantil con atención psicológica garantizada en todas las escuelas públicas, formación docente especializada y campañas públicas de prevención. Segundo: crear entornos escolares seguros y atractivos, con infraestructura digna, alimentación saludable, espacios de juego y participación comunitaria. Tercero: fortalecer la regulación sobre publicidad dirigida a menores, especialmente en plataformas digitales, para evitar la exposición temprana a contenidos que afectan su desarrollo. Cuarto: ampliar la infraestructura verde y cultural infantil con parques accesibles, centros de desarrollo comunitario y actividades extracurriculares con sentido formativo. Quinto: institucionalizar la participación infantil en el diseño, ejecución y evaluación de políticas públicas a nivel local y nacional.

Estas cinco medidas no solo son técnicamente posibles, sino también financieramente viables. Existen recursos disponibles si se prioriza su destino con enfoque de derechos. Y lo más importante: tendrían un impacto directo y visible en la vida cotidiana de millones de niñas y niños en México. Cuando se mejora la infancia, mejora la comunidad entera. Cuando se garantiza salud mental, se reduce la violencia. Cuando se protege el juego, florece la creatividad. Cuando se escucha a la niñez, se fortalece la democracia.

En lugar de ver el lugar 34 como un signo de derrota, podríamos verlo como un llamado a la acción. No es tarde. El bono demográfico de México, aunque cada vez más reducido, todavía nos da margen. Tenemos niñas y niños llenos de talento, con ganas de aprender, con sueños por cumplir. Lo que falta es que les demos las condiciones para crecer sin miedo, sin carencias, sin violencias cotidianas. Y eso depende, en gran medida, de la capacidad del Estado para tomarse en serio el bienestar infantil como un proyecto nacional.

El informe de UNICEF deja claro que la mejora es posible. Que los países que toman decisiones a favor de la infancia no solo cosechan bienestar social, sino también estabilidad económica, cohesión y paz. La infancia debe dejar de ser una promesa de discurso y convertirse en una realidad de gobierno. Las instituciones mexicanas tienen la experiencia y la capacidad para lograrlo. Solo falta hacer de este tema una prioridad transversal, no un anexo sectorial.

Elegir a la infancia como centro de la política pública sería una de las decisiones más sabias que podríamos tomar como país. Significaría dar un mensaje claro: que este México sí quiere crecer con dignidad, con empatía, con sentido de comunidad. Que no estamos condenadas ni condenados a repetir errores. Que sí es posible avanzar, cuando se hace con diagnóstico, técnica y corazón.

Le debemos a cada niña y a cada niño al menos una certeza: que este país los quiere vivos, los quiere sanos, los quiere escuchados, y los quiere felices. Y eso, como lo dice UNICEF, no empieza con grandes discursos. Empieza con políticas públicas bien diseñadas, presupuestos bien asignados y gobiernos que se tomen en serio lo que hoy está en juego: no es solo la infancia. Es el alma futura de México.

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