La Malinche y su leyenda negra

La Malinche: esclava, intérprete, madre, símbolo del mestizaje y figura malinterpretada. De víctima histórica a traidora nacional, su historia aún incomoda.

Rodrigo Historias Chidas · Hace 22 horas
De víctima a traidora, su historia revela las contradicciones del origen de México.

Nació libre, murió olvidada y vivió cargando el peso de una historia que no escribió. A La Malinche la hemos señalado, rebautizado, insultado, mitificado y, solo recientemente, comenzado a entender. Fue mujer, madre, esclava, mediadora, símbolo del mestizaje y para muchos traidora a la patria. Pero ¿de verdad fue ella quien traicionó, o fuimos nosotros los que traicionamos su historia?

De princesa a esclava: la vida antes de Cortés.

Nacida alrededor del año 1500, su nombre original probablemente fue Malinalli Tenépatl, aunque los registros no lo confirman con certeza. Según Bernal Díaz del Castillo, era originaria de Paynala, cerca del actual Coatzacoalcos, en el sureste de lo que hoy es México. Provenía de una familia noble nahua, y tras la muerte de su padre, su madre la vendió como esclava para que no heredara. Así comenzó su peregrinaje forzado.

Fue entregada primero a los mayas de Potonchán, donde aprendió su lengua. Posteriormente, durante la batalla de Centla en marzo de 1519, fue una de las veinte mujeres cedidas como tributo a los españoles tras su victoria militar. En ese momento fue bautizada como Marina y asignada a Alonso Hernández Portocarrero, uno de los capitanes de confianza de Cortés. Sin embargo, cuando este fue enviado de regreso a España como emisario, Cortés la reclamó para sí, al reconocer su capacidad para hablar náhuatl y maya. De ese modo, Marina pasó de ser una esclava más a convertirse en una pieza central de la Conquista.

¿Quién era «El Malinche»?

Durante las campañas, Marina no solo fue intérprete entre Cortés y los pueblos indígenas; también fue mediadora diplomática, emisaria, estratega y consejera. Primero trabajaba en tándem con Jerónimo de Aguilar (quien traducía del español al maya), pero pronto ella aprendió español, lo que le permitió convertirse en el canal directo de comunicación entre Cortés y los líderes nahuas.

El nombre Malinche no fue originalmente de ella. Cuando los pueblos indígenas veían a Hernán Cortés acompañado de Marina, la intérprete que hablaba su lengua y negociaba en su nombre, comenzaron a llamarlo Malintzin: “Malinalli” por el nombre de ella, y “tzin”, un sufijo honorífico náhuatl que expresa respeto o nobleza. Es decir, “el señor de Malinalli”. Con el tiempo, y debido a la dificultad de los españoles para pronunciar el náhuatl, el término fue castellanizado como “La Malinche”, y en un giro irónico de la historia, el apodo que originalmente era para Cortés terminó siendo atribuido a ella. Así, la mujer que sirvió de puente entre dos mundos quedó marcada con el nombre del conquistador, como si cargara a cuestas la culpa de una empresa que nunca fue suya.

La leyenda negra: el origen del “malinchismo”

Contrario a lo que muchos creen, la idea de que La Malinche fue una traidora no es contemporánea a su tiempo. De hecho, los cronistas como Bernal Díaz del Castillo hablan de ella con respeto. Fue hasta el siglo XIX, específicamente en 1895, cuando se publicó de manera anónima la novela Tonantzin, en la que por primera vez se le presenta como la mujer que traicionó a su pueblo por amor a un extranjero.

Esta novela, escrita durante el Porfiriato, consolidó la imagen melodramática de la Malinche como símbolo de la mujer que prefiere lo extranjero. Así nació su “leyenda negra”, no desde códices ni relatos indígenas, sino desde la pluma nacionalista de un México en formación. Fue entonces cuando el término “malinchista” empezó a ser utilizado, primero en círculos intelectuales, después en el lenguaje popular, como sinónimo de traidor a la patria.

Marina, la mujer y su legado.

Más allá del mito, Marina fue clave en el proceso de mestizaje y en el nacimiento del México moderno. Tuvo un hijo con Hernán Cortés, Martín Cortés, uno de los primeros mestizos del virreinato. Acompañó a Cortés en campañas en Oaxaca y Honduras, y se le otorgaron tierras y esclavos como parte de las “recompensas” de la conquista. Después de 1529, su rastro se pierde en los documentos oficiales. No hay registros claros de su muerte, ni tumba, ni reconocimiento.

Sin embargo, lo que sí permanece es su imagen fragmentada, reinterpretada desde la culpa colectiva de una nación que aún no termina de reconciliarse con su origen.

Reconciliar el pasado.

La Malinche no fue traidora. Fue víctima de su tiempo y, dentro de sus posibilidades, estratega de su destino. Fue testigo clave del encuentro entre dos mundos, y su figura sigue viva no solo en los insultos, sino también en las preguntas incómodas que nos hacemos como país: ¿por qué nos incomoda tanto la mujer que no se somete? ¿por qué la mestiza que habló en dos lenguas molesta más que los hombres que empuñaron la espada?

Hoy, a 500 años de la Conquista, es momento de mirar su historia con menos rencor y más justicia. De quitarle el estigma, devolverle el nombre, y entender que reconciliarnos con La Malinche es también reconciliarnos con lo que somos: mezcla, contradicción e historia viva.

Rodrigo Historias Chidas

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